La Danza de la Presencia Cuando en yoga nos referimos a la ignorancia, no estamos hablando de la falta de conocimientos académicos, técnicos o culturales en general, que por otro lado son completamente útiles para la realización profesional, sino al desconocimiento de uno mismo y de las leyes que imperan en su interior. Esto no […]

La Danza de la Presencia

Cuando en yoga nos referimos a la ignorancia, no estamos hablando de la falta de conocimientos académicos, técnicos o culturales en general, que por otro lado son completamente útiles para la realización profesional, sino al desconocimiento de uno mismo y de las leyes que imperan en su interior. Esto no es una idealización, una suma de conceptos que generan una imagen, sino que se conforma como pura experiencia, como un estado de presencia constante, que solo puede devenir en comprensión y aceptación. De hecho si no se dan estas dos premisas probablemente estemos en donde siempre estamos, con distinta apariencia pero en el mismo lugar.

Uno puede estar ejecutando diversas posiciones “yoguicas”, e incluso estar sentado y pretender hacer meditación, mientras su  mente esta recreándose en el divertido y agitado arte de la ensoñación, es decir pensando, en vez tomar conciencia, evadiéndose del sentir tal y como es, para pasar a imaginar, a desear, a juzgar, todo menos aceptar, todo menos comprender, en el juego   “lo más que pienso lo menos que estoy en mí”.

Entrar en la presencia, en la atención solo puede producirse cuando este flujo cesa, es entonces cuando aparece el estado meditativo, producto del cese del conflicto, no de la imposición, ni adquisición de nada, ni del control, sino del estado que queda cuando la agitación se desvanece. Usando una analogía, es como un estanque en el que van cayendo piedrecitas, si intentas parar las ondas que estas generan, con las manos o con cualquier otra cosa, lo que en realidad consigues es que aparezcan más ondas, lo que quiere decir que para que aparezca la calma hay que cesar la beligerancia, hay que vencer sin combatir, es la única manera de ganar, porque si tu luchas contra ti mismo ¿Quién ganara y quien perderá?. Al decir esto aparece inmediatamente la tentación de una solución, hay que parar este torrente de pensamientos, eliminarlos, son negativos, me intoxican, otra vez el general del ejército enarbolando la bandera en pro de conquistas mil. En seguida la mente dice esto es bueno y claro en consecuencia hay algo malo a erradicar,  estos pensamientos que consideramos negativos o malos, nos inspiran miedo a que acontezcan o a que no acontezcan, el miedo es el fabricante de armas, es entonces cuando aparece  el general, que es el deseo y empieza la lucha.

Si miramos profundamente los pensamientos, ni son buenos, ni malos, son solo flujos de energía, El problema consiste en realidad, en la importancia que le damos a algo que bien mirado es sumamente transitorio, y al apego que tenemos al proprio pensamiento y al proceso de pensar, he ahí el estado de ensoñación, en el que estamos inmerso casi la totalidad del tiempo, es la dinamo de la  ignorancia y el mal estar, lo que nos aleja de lo único que nos puede ayudar, la atención o presencia.

Cuando más sumido en la ensoñación, más aislado, más solo, olvidado de sí mismo, todo está lejano,  las personas solo son algo,  el sentimiento de pobreza y de escasez es lo único que nos llena.  Ante esto lo fácil sería dejarse llevar por un sentimiento pesimista, que es el que ayuda al indolente a  dejarse ir, promulgando un determinismo y la incapacidad de progreso, tal vez culpando al universo de la propia mala suerte, pero nada más alejado de la realidad, si bien este proceso es potente y difícil de erradicar, lo cierto es que es algo reversible, y que todos en potencia estamos capacitados para darle la vuelta, para progresar, eso sí, implica una inversión en nosotros mismos, un arduo trabajo, pero acaso es mejor estar sufriendo.

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